14/01/2024
Ofrecernos, rozarnos y conocernos.
Domingo II T.O.
1 Sm 3, 3b-10. 19
Sal 39, 2. 4ab. 7-10
1 Cor 6, 13c-15a. 17-20
Jn 1, 35-42
Si quieres ver las lecturas pincha aquí
La modernidad nos va llevando hacia la virtualidad.
Hoy en día todo tiende a hacerse en la distancia: las compras, los estudios,
las reuniones, algunos trabajos (parece que afortunados), hasta las relaciones
pueden iniciarse tras un escudo protector. Es más cómodo, sin duda. Se ajusta
más a nuestro modelo de vida; al que nos ofrecen como mejor: más rápido y
aséptico. Y es también más sencillo y menos arriesgado. Sin embargo, las
lecturas de hoy vienen a decirnos que no hay nada mejor que el roce.
Presenciamos hoy la vocación de Samuel (un clásico del género) que viene a
decirnos que el Señor llama, pero cada uno tiene que ponerse en camino y
hacerse disponible. “Aquí estoy” no es una simple información; es toda una
oferta personal. De la misma opinión es el salmista, que abunda en la
insuficiencia de los sacrificios y ofrendas para subrayar la necesidad de dejar
que Dios te abra el oído y en la conveniencia de ponerse manos a la obra.
Responder es ser responsable. No es decir hoy que sí pero mañana depende de
cómo vengan las cosas.
Hoy, de nuevo, Jesús pasa y su pasar es
significativo. Provoca que otros quieran acercarse a él y Jesús les invita a no
quedarse lejos. “Venid y veréis”. Conocer dónde vive Jesús es conocer dónde
reposa, dónde apoya sus esperanzas, dónde nutre su fe, desde dónde ve realidad.
La casa de Jesús no es un castillo inexpugnable, sino el trampolín desde el que
sale al mundo y para conocerla hay que ir y quedarse, tal como hicieron Andrés
y el otro discípulo de Juan. Lo que allí
vieron les convirtió en testigos que pudieron contar a los demás que habían encontrado al Mesías
y llevarlos a él. Para Pablo esta cercanía es tan estrecha que el Espíritu
mismo habita en los creyentes transformando su realidad por completo. Todas las
dimensiones de la persona son santas; incluyendo el cuerpo, totalmente
despreciable para las culturas circundantes. Esta santidad corporal motiva un
comportamiento acorde también en las coordenadas físicas. El que nuestras
biblias modernas traducen por fornicación era el término común usado para
hablar de prostitución y la prostitución en el mundo bíblico se relacionaba con
la idolatría, cuestión especialmente candente en Corinto donde aún existían
meretrices sagradas relacionadas con algunos cultos paganos. Así, existían las
mujeres honorables y las que no lo eran. Estas segundas incluían a prostitutas
(sagradas o no), esclavas y cualquier otra que no pudiese probar su respetabilidad. Cualquier relación con
ellas era impura, pero socialmente aceptable. Esto es lo que Pablo rechaza,
pues todo cuerpo es sagrado.
Nuestro cuerpo es santo no solo por la inhabitación
del Espíritu, sino porque nos permite acercarnos a los demás; nos permite pasar
por su vida y verlos. Igual que los discípulos se acercaron y vieron, Jesús se
acercaba a todos y veía, conocía su situación. Nosotros también podemos ofrecernos,
aprojimarnos y conocer. Cualquier acercamiento a los demás debería cumplir
estas tres condiciones y eso supone un respeto religioso por la totalidad del
otro ser humano. En cambio, acercarse a los demás esperando obtener beneficios es
prostituir esa relación, sea físicamente o no pues la sacralidad es real en ambos
contextos. Nuestro mundo virtual pide un roce respetuoso de la dignidad de todo
ser humano.
Ofrecernos, rozarnos y conocernos |
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