23/06/2024
Título
Domingo XII T.O.
Job 38, 1. 8-11
Sal 106, 23-26. 28-31
2 Cor 5, 14-17
Mc 4, 35-40
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Para los judíos el mar era símbolo de peligro. No
tenían buena experiencia con él. Prácticamente, no tenían experiencia alguna.
Moisés había abierto un paso seco entre las aguas del Mar Rojo al seguir las
indicaciones de Dios. Siglos después, el mismo Dios le explicaría a Job que, como
creador del mundo, él dominaba su creación. Para el mundo judío, como para
todos los pueblos antiguos, Dios podía intervenir en cualquier momento en la
naturaleza. El mar era un lugar de muerte en el que era arriesgado internarse,
pero Dios lo tenía controlado. Esta cuestión indiscutida formaba parte del
misterio profundo de la vida; ese que Dios intenta revelarle a Job. Por su
parte, el salmo reconoce el cuidado de Dios hacia quienes se adentran en el
mar.
Cuando Marcos nos relata cómo Jesús domina el mar
quiere manifestar su naturaleza divina pues solo Dios puede mandar sobre la
naturaleza. Y coloca aquí una interpelación directa de Jesús a sus discípulos:
aún no confían lo bastante en él para saber que nada malo puede ocurrirles. Pablo
habla del apremio que el amor de Cristo infunde en su ánimo. Ese amor le llevó a enfrentarse al mal y
exigirle que cesase. Esta osadía supuso un alto precio para Jesús pero a partir
de él somos criaturas nuevas a las que el miedo no puede dominar. Lo nuevo ha
comenzado ya con esta superación del temor.
El miedo nos fue evolutivamente útil pero ya no
puede ser el motor que nos empuje en una dirección u otra. La precaución es una
actitud positiva pero es propia de quien actúa; de quien sigue adelante. Asumir
riesgos es inevitable para todos los que se dejan guiar por ideales o para
quien decide no vivir más para sí, sino para quien murió y resucitó por todos.
Este vivir para él exige vivir como él: en sintonía con el corazón de Dios y en
cercanía a los demás. Requiere también asumir su mismo destino sin escamotearle
a la resurrección el paso por la muerte. Lo antiguo ha pasado y lo nuevo nos
lleva hacia la otra orilla. Cae la tarde y el nuevo día nos pide amaneceres
nuevos. En este dinamismo la fe de la que habla Jesús es la confianza en que él
nos acompaña en la travesía. Ha pasado ya el tiempo del miedo y la desconfianza
porque el mismo Dios navega con nosotros; hemos aceptado llevarle hasta la otra
ribera y acercarle a los distintos a nosotros. Se nos va abriendo el radio de
acción y no podemos ya dar marcha atrás. Hemos abierto el paquete que pensamos
que era regalo exclusivo y ha resultado un empuje incontenible. En esta
singladura Jesús nos dice que todo va a ir bien, no porque nos vaya a ser
cómodo sino porque nos vamos acercando al Amor y en esa aproximación
descubriremos la belleza de derramarnos nosotros también. Jesús, de hecho,
anuncia contrariedades y peligros en otros lugares, pero nunca dice que vayamos
a estar solos. De todas las tempestades no es la menor aquella que se desata en
nuestro propio interior. Es ahí donde, contrariamente a lo ocurrido en la
evolución, el miedo nos paraliza. Ya no es un buen recurso. Soltar amarras es
dejar atrás las seguridades y las certezas para fiarse del viento y poner rumbo
a lo opuesto. Dejar atrás el puerto es desprenderse de lo que nos inmoviliza y
emprender camino hacia la humanidad entera porque toda ella es destino del
cariño maternal de Dios.
Todo va a ir bien |
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