10/12/2017
La piel del camello
Domingo II Adviento
Is 40, 1-5.9-11
Sal 84, 9ab. 10-14
2 Pe 3, 8-14
Mc 1, 1-8
El viento trae un olor a nuevo que sabe a jugo de
frutas y esponja la aridez del desierto velándolo con un manto de rocío. La
noche toca a su fin. La paciencia del Señor ha obtenido su premio. Nuestros
padres preguntaron incansablemente por el cuándo y el momento llega siempre
cuando la humanidad está preparada. Párate unos instantes y escucha en tu
interior, no puedes decir que no lo has oído… aunque sea lejanamente. Ahí lo
tienes, desde ese rincón todavía en penumbra el Dios que te habita te declara
su amor incondicional.
Desde siempre, Dios sueña con la reunión de todo y
de todos en su seno y ya hemos descubierto que no podemos quedarnos en ser consolados,
somos nosotros los enviados a consolar. Hemos conocido que Existe aún un pueblo
inmenso más allá de toda esta arena que espera escuchar la misma palabra que
nosotros hemos escuchado ya. Esa muchedumbre está esperando que alguien les
acerque el desierto, que les ponga en la tesitura de comenzar a renunciar un
poquito a esa importancia que se dan, al pasado del que se sienten deudores y
al futuro que los aprisiona como una amenaza. Tan sólo necesitan que les hables
de la importancia de pararse un instante a escuchar.
No te guardes nada y vuelve del desierto para
gritarles a todos que llega ya el momento. La misma novedad que sientes brotar
en tu alma está ansiosa por brotar en las suyas. El Bautista es la conclusión
de una larga historia de voceros que surgieron del desierto, pasaron de la
aridez a la exuberancia y él, más que ninguno, supo hacerse invisible para
trasparentar la Palabra definitiva. Dejando de lado sus propias ideas se aferró
a aquello que descubría en su interior y que finalmente fue superado por las
primicias que llegaron. Dios es infinito, tan incontenible como un beso o un
abrazo sinceros, siempre hay más detrás de lo que se ve. Siempre interpretamos
lo que vemos y oímos según nuestros esquemas, cierto, pero el amor que te
renovó era verdadero aunque lo adornases con tu propia piel de camello.
Adornar no es traicionar, es aportar tu propia
experiencia, tu percepción, tu propia apuesta. Traicionar sería ornamentarla
con oro y lino, con seda y joyas que te hicieran diferente. No busques la
pureza de la desnudez porque es imposible. Debes olvidarte de ti para escuchar
la voz que clama en tu interior, en tu propio desierto, pero no puedes
presentarla a los demás sin un lenguaje inteligible para ellos. Reviste tu
verdad con tu experiencia, no ambiciones poseer la única verdad absoluta. Si
creyeras poseerla ten por seguro que ya la habrías perdido. El cuero curtido te
acompaña en el trabajo, te asemeja al paisaje, da testimonio de tu entrega y testimonia tu igualdad
con todos los demás. Cuando llegue el momento de dejar paso a la verdad
definitiva no será un estorbo. Entonces, simplemente, cuéntales a todos tu
historia de amor. Aquél que se sintió amado alguna vez lo recordará al
escucharte y quien nunca lo fue lo aprenderá de tus gestos. Tu piel y su piel
es un territorio común donde encontraros. Es la tabla donde poder trazar juntos
un mapa único surcado por todas las rutas, poblado por todos los encuentros.
Nada hay más humano que el encuentro entre los hermanos. Nada de lo divino nos
es más perceptible y claro que la plenitud de lo humano.
La piel del camello |
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