04/02/2018
El sentido no es la meta
Domingo V Ordinario
Job 7, 1-4. 6-7
Sal 146, 1-6
1 Cor 9, 16-19. 22-23
Mc 1, 29-39
He salido
para que el mensaje no quede encerrado entre estas paredes, vino a decirle
Jesús a Pedro. Es fácil acomodarse al triunfo y es sencillo dejarse atrapar por
el reconocimiento. De nuevo, Jesús nos recuerda aquí que todo eso queda lejos
del Reino que él ha empezado a construir. En cualquier empresa o reino humano
es corriente asentarse y progresar, pero Jesús y los suyos viven en una
permanente trashumancia en busca de oídos que oigan y corazones que entiendan.
Son los demonios, una vez más, quienes le reconocen y quieren identificarle
frente a sus vecinos. Son conscientes de que si consiguen igualar su ser con la
idea que de él tienen quienes presencian su acción habrán enjaulado ese ser
indomable. Si logran que el mesías se comporte como el pueblo espera lo tendrán
siempre a su merced. Pero Dios es siempre inasible. Es el amante que se entrega
sin dejarse poseer. Ninguna idea, ninguna realidad humana puede hacerlo suyo. Por
todas las aldeas pasa vulnerando el precepto que coloca a la ley por encima del
necesitado y en todas ellas se acerca para tocar, sanar y levantar del suelo a
los impuros, a los excluidos, a los malditos, a los paganos y a las mujeres, pero
sin dejarse atrapar por ninguno en exclusiva.
Pese a lo
que se pueda pensar, no fue sencillo para Jesús; podemos leerlo en diferentes
pasajes evangélicos. Tampoco lo fue para ningún apóstol posterior. Pablo lo
explica bien: él se ha hecho esclavo de todos para ganarlos a todos; ha
renunciado a la comodidad de una predicación fácil y asentada; ha dejado a un
lado los privilegios a los que algunos creen tener derecho por dedicar su vida
a su propia imagen de Dios; ha elegido la misma itinerancia que
su maestro… su libertad absoluta le abre la participación en los bienes del Evangelio. De forma diferente
vivió Job su existencia, abrumado por el peso de su experiencia y sin encontrar
consuelo alguno, esperando siempre que acabe una vida que no entiende y
desesperado ante la fugacidad de un tiempo que no le da respuesta alguna. Aun
en la adversidad Pablo encontrará una razón para su peregrinar: salir siempre
al encuentro de los lejanos, de los gentiles y de los impuros sin otro salario
que hallar en ellos el sentido de su existencia de forma que pueda exclamar:
“¡Ay de mí, si no evangelizara!”.
Por toda
Galilea extendió Jesús su radio de acción y trascendiendo la sacralidad de
Jerusalén su mensaje llegó hasta el fin del mundo de la mano de sus enviados. Desde
el primer momento, quebró el cerco impuesto por los agentes de una Ley
secuestrada y ese fue el principio del rasgarse el velo del Templo. Jesús
inaugura un mundo nuevo en el que el sentido no puede encontrarse ya en lo
antiguo; en sentarse a esperar que acuda a ti quien necesita ser sanado. Es
preciso salir al encuentro de todos, de los desheredados en primer lugar y
transmitirles la necesidad de no instalarse en nada para recuperar, junto con
su libertad, su dignidad de personas e hijos de un Dios que es AMAR, dinamismo
afectivo y entrañable que, cada amanecer, nos reúne para incluirnos en su
propia danza, sin olvidar a las lejanas islas que fueron ya requeridas por el
profeta para que escuchasen la voz de Dios y rompieran el aislamiento que las
condenaba para que se uniesen a la nueva patria de todos los peregrinos para
los que el sentido no es la meta sino la dirección.
El sentido no es la meta |
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