11/02/2018
Recuperar la dignidad
Domingo VI T. Ordinario
Lv 13, 1-2. 44-46
Sal 31, 1-2. 5.11
1 Cor 10, 31–11, 1
Mc 1, 40-45
“Si quieres, puedes curarme”. “Quiero: queda
limpio”. Pocas veces tan pocas palabras han dicho tantas cosas. Desde la cuneta
se acerca quien ha sido abandonado allí a su suerte, esperando que se borren
las señales que justifican su abandono. La salud es para él la llave que puede franquearle el paso de vuelta
al hogar, al seno de su pueblo, en igualdad de condiciones. Reúne el valor para
dirigirse a quien se ha colocado al margen de un sistema que deja atrás a los
más necesitados de atención y comienza con un “Si quieres…” porque no queda
para él otra opción. Se sabe en sus manos y espera que él piense también que no
hay ningún motivo para la enfermedad ni existe maldición alguna que transmitir
o falta merecedora de tal aislamiento. “Quiero…”, contesta, porque mi voluntad
es pareja a la del Padre y él está siempre del lado de quien más solo está;
porque los dirigentes de este pueblo le han convencido de que Dios exigía una
pureza externa ajena a su corazón y es preciso olvidar ya a ese ser
omnipotente. “…puedes curarme”, devolverme la dignidad que ya nadie me
reconoce; puedes restaurar mi imagen de hijo y hermano, pues tu obrar te ha confirmado
como una especial presencia de Dios entre nosotros. Por eso creo que tal como
él creó este mundo que hoy vemos, por ti puede ahora empezarlo de nuevo, con un
nuevo sentido. “…queda limpio”, porque, ciertamente, empieza ahora un mundo
nuevo en el que todo lo anterior debe recolocarse en función del bien de cada
ser humano. Y como primer símbolo, esta mano que te toca borrará de ti ese mal
externo. Si en algún momento Dios proclamó maldito este mal, ahora mismo lo
declara insignificante frente a tu sufrimiento. Pero ve a purificarte según la
ley de Moisés, porque hay quien no podrá entender otra cosa.
Así, superando cualquier enfermedad, la posición
económica o social y por encima de las razas o las culturas y religiones, esta
nueva creación proclama que no hay impureza alguna que no pueda ser redimida
por la sencillez de ponerse en manos de Dios acogiendo a cada uno y luchando
por la dignidad de cada uno de forma comprensible para todos. Pablo intentaba
no escandalizar a nadie y no por eso dejó de lado su misión. Jesús puso patas
arriba su mundo pero siempre justificó su obrar desde la Palabra aceptada por
todos. No quisieron escucharlo, ciertamente, pero nos dejó marcado el camino:
vivir en profunda unidad con todos y rebelarse en beneficio de los pequeños con
el medio apropiado, es decir, con el gesto que pueda ser comprensible para
quienes deben escuchar. Otra cosa es que
ellos quieran hacerlo o no y en eso, ni Jesús mismo podía influir. Llegados a
este punto, tan sólo queda rezar con el salmista: “Me rodeas de cantos de
liberación…” y aunque todos callaran, cantarían las piedras.
La alegría del sanado es claramente incontenible. A
todos extrañaría lo contrario y a todos extrañaría también que Jesús no le
pidiese silencio. Cuando un acto es incomprensible pierde su eficacia y pasa a
ser magia, ilusión que repara tan solo en lo externo, abandonando lo profundo. No
estuvo el milagro en sanar la lepra sino en que en su desesperación aquel buen
hombre supo ver a Dios que se le mostraba en una forma humana que él pudo
reconocer. Su alma estaba ya transfigurada antes de que su cuerpo se limpiase.
Recuperar la dignidad propia o ajena exige la misma transformación.
Recuperar la dignidad |
"...rocíame con el hisopo...quedaré más blanco que la nieve..."
ResponderEliminar"...no solo los pies, sino todo mi cuerpo y cabeza..."
Deja solo mi fragilidad al descubierto...despójame de estas capas que ahogan y anestesian...solo Tú, en todo, mi Señor