25/03/2018
Estrenando la primavera
Domingo de Ramos
Mc 11, 1-10
Is 50, 4-7
Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
Flp 2, 6-11
Mc 15, 1-39
Se deja ya entrever el horizonte de la Pascua.
Estamos ya traspasando el pórtico. Hace algo más de dos mil años aquél hombre
excepcional, encarnación de Dios se dirigía hacia su destino en olor de
multitudes. Pese a los debates entre tantos exégetas nunca podremos saber con
certeza qué pasaba por su cabeza, qué idea tenía él de su destino final, aunque
sea seguro que no se lo imaginaba tan triunfante como sus amigos lo hacían. No
ignoraba la animadversión de las clases dominantes, sabía perfectamente que sus
palabras y su acción eran provocativas y había reunido en torno a sí un grupo subversivo. Era una auténtica molestia que ahora se dirigía a Jerusalén para
celebrar la fiesta, para dar continuidad a su vida y obra, para estrenar la
primavera.
Otra primavera se estrenó cuando empezaba la década
de los 80 del pasado siglo, allá en San Salvador, tenía que ser allí.
Celebrábamos ayer la memoria de Oscar Romero, padre y maestro para el pueblo
descalzo. Tampoco está claro que podamos conocer si esperaba su final o no,
pero no hay duda de que compartió por libre elección la suerte de Jesús pues al
igual que él quiso asumir como propia la
suerte de los desheredados de su tiempo y lugar. Ambos quisieron, con todos
ellos, ser pueblo y comunidad.
La encarnación de Dios, explica Pablo, se inicia
con su vaciamiento, con la renuncia a su divinidad, con la asunción de la
humanidad como nuevo e inesperado lugar privilegiado desde el que relacionarse
con el mundo. Desde el seno de la naturaleza humana Dios nos habla y se dirige
a nosotros para la revelación definitiva: todos somos hermanos, amados por él
en la misma medida, sin razón alguna, tan sólo porque él es amor, porque no
amar es la única cosa que no puede hacer. No hay ya razón alguna para la
separación ni para la división, no queda ya ofrenda que no pueda ser aceptada
en el altar del mundo si está limpia de sangre ajena. Es posible que queden
resistencias, que alguien no comprenda, que sobrevivan viejas visiones y
comprensiones oscuras que no dejen percibir la sencillez de este acto. La única
solución que queda es aportar la propia vida, como Jesús, como Romero, como
tantos otros. Es el único modo de romper la espiral de violencia que
deshumaniza el mundo. Renunciar a la lucha fratricida, a la venganza, al
dominio de unos sobre otros, amparados siempre en la confianza en el Padre. Esa
es la única sangre capaz de simbolizar algo en el altar de la nueva alianza.
Las palmas tan solo adquieren su verdadero sentido después de Pascua, antes son el
anuncio de un primer final que en nada se asemeja al esperado. Nuestras ideas
triunfalistas siguen agazapadas, esperando alzarse al menor asomo de victoria.
Hay que descubrir los caminos nuevos que nadie ha transitado antes, los
pollinos que nunca han sido cabalgados. El mundo es una realidad cambiante,
necesitada de actualizaciones que redescubran la esencia de lo antiguo pero que
lo expresen con el lenguaje de nuestros días, que sean capaces de llegar al
corazón de la humanidad de hoy y conectarla con la de los días pasados para
lanzarnos todos juntos hacia un futuro nuevo y mejor. Estrenar en cada
generación la promesa de Jesús el Cristo.
Jesus Christ Superstar (1973) |
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