18/03/2018
Una nueva alianza
Domingo V Cuaresma
Jr 31, 31-34
Sal 50, 3-4. 12-15
Heb 5, 7-9
Jn 12, 20-33
El papel lo aguanta todo. Imagina la piedra… Puedes
escribir sobre ambos aquello que quieras y allí permanecerá, inalterable
durante años o siglos. Sin embargo, aquello que inscribas en tu corazón irá
latiendo con tu mismo compás mientras vivas. Allí mismo ha grabado Dios su
nueva alianza. Ya no será un papel ni un pedrusco que puedas dejar de lado o
exponer tras una vitrina. En tu propio ser anida la capacidad de encontrar al
Dios de tu pueblo. Él es quien nos reúne y no hay ya necesidad de maestros
iluminados, tan sólo de reconocernos unos a otros como hermanos, unidos por el
perdón que Dios hace manar para todos directamente desde nuestro corazón como una
fuente.
En el corazón de Jesús el Cristo latía esta alianza
y él la fue cultivando durante toda su vida. A pesar de su condición especial,
su naturaleza humana experimentó la amplitud de la vida sin ahorrarse
sufrimientos ni alegrías, igual que todos los demás y en cada momento de
debilidad supo experimentar la profundidad del amor de Dios que habitaba en él,
poniéndolo por delante de su propia voluntad o comodidad. Así nos reveló el
camino decisivo: dejar de lado el propio interés, renunciar a un ego incapaz de ver más allá de sí mismo,
centrarse en el Dios que nos habita a todos y encontrarnos con todos como
hermanos, unidos en el corazón del Padre, acogiendo a los más pequeños y
necesitados y exigiendo a quienes pretenden tener autoridad y razón que depongan
su actitud, que se hagan también tienda para acoger al Dios que habita en
todos, que ellos mismos se dejen acoger y perdonar por lo demás. En esto se
cifra la salvación.
Aquellos griegos que según Juan quisieron conocer a
Jesús, gente racional y seria, seguro, extranjeros para más señas, no esperaban
que éste les hablase de la muerte y la glorificación. Cuando ellos, movidos por
su fama, quieren ver y conocer él les habla de su fracaso con la tranquilidad
de quien ha encontrado un sentido oculto en todo ello. Quien quiera seguir a Jesús es libre de
hacerlo, su camino es el mismo para todos y para todos termina en el mismo
sitio. Incluso él está agitado e inquieto en aquél momento, como en tantos
otros antes; nada surge de la nada… pero, precisamente por eso, sabe cómo
reconocer el obrar de Dios, reconoce su amor acompañándole, siente latir en su
propio pecho la alianza que va germinando según él mismo la alimenta con su
aceptación. También una parte de él quisiera salir corriendo, pero esa es la
parte más pequeña, la que menos le reconforta, aquella en la que no se
reconoce, aquella donde no encuentra al Padre, ni siente el aliento del
Espíritu, ni puede oír el eco de su pueblo. Esta aceptación es ya la
glorificación que Dios da al hombre Jesús y volverá a hacerlo para los ojos de
todos un poco más adelante. De momento, él será el punto visible que muestre
como superar el mal, como romper la cadena de maldades que parecen rodearnos
sin remedio. Al mirar el mundo podremos decir que al menos uno supo vivir su
vida con alegría, sin pisotear ni aprovecharse de nadie, compartiendo con todos
el pan y la sal, descubriéndonos el valor de la fraternidad, y llegó al final
con la serenidad de quien sabe que nunca estará solo pues aunque todos fallasen
la fuente de vida que compartimos le dará, desde el interior, el abrazo
definitivo.
Ilustración: R. Luque Pérez |
Gracias Siempre...
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