09/09/2018
Un lenguaje nuevo
Domingo XXIII T.O.
Is 35, 4-7a
Sal 145, 7-10
Snt 2, 1-5
Mc 7, 31-37
“¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo
para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino, que prometió a los que lo
aman?” Pregunta Santiago. Parece que aquellas comunidades primitivas no fueron
nunca, o dejaron de serlo muy pronto, ese lugar idílico que muchas veces
imaginamos. Eso no significa que tengan menos valor que el que les damos al
imaginarlas inmaculadas. Al contrario, significa que las nuestras, tal como son
y siempre en camino, tienen tanto valor como aquellas. Santiago viene hoy a insistirnos
en que no vayamos a caer en viejos
errores que arruinen la novedad del evangelio. La buena noticia está siempre por
encima de cualquier acepción de personas.
Dios prometió el Reino a los que lo amaban e hizo a
los pobres herederos de ese mismo Reino, para que al descubrir su herencia, lo
amen a él y puedan compartir su descubrimiento con los demás. Pobre no es tan
sólo el carente o el necesitado. Es, sobretodo, quien no puede aportar nada de
valor. Quien no puede oír ni hablar parece impermeable a la Palabra; incapaz de
captarla y compartirla. Heredar el Reino es descubrir el cuidado mutuo y acoger
el que es dirigido hacia ti. Ser rico en la fe es cultivar la confianza en el Padre.
Fe y esperanza se complementan; se alumbran la una a otra. Y llegaremos nosotros, voluntariosos,
pidiendo a Jesús que imponga las manos y
realice un gesto sagrado y ritual sobre aquellos que necesitan ser sanados, pero
él irá directo al grano, hacia el mal que aprisiona y la sanación se producirá
por el tacto, por el contacto y la humedad. Sólo puede sanarse aquello que se
conoce porque se ha palpado, porque se ha conocido de primera mano, sin
intermediarios, y que ha recibido algo nuestro, personal.
Jesús otorga un modo nuevo de oír, de descubrir
presente a Dios más allá del olvido de los demás o de mensajes bienintencionadamente
caritativos; abre los oídos para que el pobre pueda escuchar alto y claro en lo
hondo de su propio ser: “Por encima de todo y de todos, yo te amo”. Jesús abre
la boca para que el mismo pobre pueda comunicar, salvando sus circunstancias,
su encuentro personal. La sanación no depende de la reparación física o social,
sino de la restitución de la dignidad; de que todos sientan el respeto de los
demás por su ser personal y vean que no se les da la espalda. Ser capaces de oír
el amor de Dios que reverbera desde el fondo de cada ser humano, incluso de
aquellos que imaginamos incapacitados para vivirlo y de quienes no confiamos en
recibir nada, es también una sanación que todos necesitamos. Ser capaz de
bendecir, de “decir bien de todos y a todos” es algo que también nuestros
labios deben aprender. Este es el nuevo lenguaje de quienes hablan y actúan la
Palabra misma. Jesús no quería que ciertas cosas se supieran para no desvirtuar
su contenido, para evitar malentendidos, pero ahora todo está ya desvelado.
Jesús entregó su vida y nos dejó su espíritu, su aliento vital, su impulso más
profundo. Este es el mismo Espíritu que comparte con el Padre, es el amor que
ambos se tienen y que arropa a quienes se aman mutuamente y se abren al mundo
exterior para acogerlo como ellos mismos han sido acogidos. En el seno de la
comunidad, los ojos del ciego se han abierto y la lengua del mudo canta la
fidelidad del Señor y las maravillas que realiza.
Un lenguaje nuevo para el camino |
Gracias Javier
ResponderEliminarA ti.
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