16/09/2018
El ungido.
Domingo XXIV T.O.
Is 50, 5-9a
Sal 114, 1-6. 8-9
Snt 2, 14-18
Mc 8, 27-35
Me sorprendía el comienzo de la lectura de Isaías:
“El Señor me ha abierto el oído” al relacionarlo con todo lo que sigue. Por eso
eché la vista unos versículos más atrás. A este personaje desconocido de la
lectura, el Señor le ha abierto el oído y le ha dado lengua de discípulo para
dirigir palabras alentadoras al cansado: le ha hecho discípulo. Si hacemos un
arriesgado equilibrio interpretativo podemos entender que del anónimo sordomudo
del domingo pasado, nos muestra hoy el profeta su destino final: quien fue
hecho discípulo pondrá su confianza en Dios y se sabrá vencedor por amarga que
sea su derrota a los ojos de los hombres, pues su triunfo es que la palabra que
le ha sido confiada se extienda. Pese a todo, él caminará por siempre en
presencia de Señor en el país de la vida.
Este fue el fundamento de la vida de Jesús. Comunicar
a los preferidos de Abba que no están solos y que él es testigo de su celo por
todos ellos. Sin dejarse vencer por las consecuencias que entreveía, él se mantuvo
siempre fiel a su misión. No se identificaba con la imagen de mesías que todos
esperaban y Pedro adelantó. Algo en esa idea había sucumbido al paso del tiempo
y al sometimiento a tantos compromisos y servidumbres que muchos ungidos,
profetas, sacerdotes y reyes, habían ido adquiriendo. El concepto de mesías había quedado relegado a una figura
futura, victoriosa que se esperaba para colmar las propias aspiraciones y
restaurar un orden ideal que confirmase la jerarquía actual por encima de
cualquier otra cosa. Quedaban en la
memoria grandes figuras del pasado, casi mitológicas ya, como Elías y otros antiguos
profetas que en vida sucumbieron al poder pero ahora eran leídos con devoción y
había también figuras recientes, como el Bautista, que había generado tantas
esperanzas… Lo que es seguro es que Jesús se siente distinto a todos y, sin
embargo, con todos ellos comparte muchas cosas. En especial, ese empeño en no
reblar nunca en esa vocación esencial que él descubre como propia: revelar la
cercanía de Dios. Sabe que esto le traerá complicaciones y que todo tendrá un
final inesperado. Cuanto él realiza y dice lo ha oído antes del Padre y se opone
al orden que la humanidad ha ido construyendo mientras se contemplaba a sí
misma. Ese es el lugar desde el que Pedro rechaza el nuncio de Jesús.
Para Jesús, esa unción trae consigo la renuncia a
sí mismo y el abrazo de un mundo nuevo que va surgiendo conforme se colman las
necesidades de los más abandonados por el orden imperante. Lo terrible de este
orden es que por su blasfemia condena a miles de personas al hambre y la
desesperación que les empuja a cualquier cosa y les amontona contra cualquier
frontera. La religiosidad y santidad que pregona sólo sirve para llenar panzas
y tranquilizar ciertas conciencias. La negación de la que Jesús habla es en favor
de los pequeños, de los excluidos. La cruz es la que tantos llevan por pura
lotería y la que a él le caerá por opción. El ungido no lo es nunca para su
propio beneficio. La fe verdadera es la que justifica y sostiene una vida, no
la que sirve de escudo o parapeto. Por eso las obras pueden mostrar la fe. Tu
vida habla, en primer término, de ti e ilustra aquello que, entre todo lo que has
visto y oído, has convertido en fundamento.
Gracias Javier
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