03/02/2019
Del amor
Domingo IV Ordinario
Jer 1, 4-5. 17-19
Sal 70, 1-4a. 5-6ab. 15ab. 17
1 Cor 12, 31 – 13, 13)
Lc 4, 21-30
Aunque hoy pueda resultar difícil hablar de
elección divina es una constante que aparece en cada rincón de la Escritura. A
nuestra sensibilidad moderna le cuesta concebir este acto que percibe como
parcial y arbitrario. Sin embargo, convendría no olvidar que para que alguien
te elija debes estar, de algún modo, presente para él. A cualquiera lo pueden
escoger por sus capacidades para hacer una cosa determinada. Ese es el criterio
de elección entre nosotros. Elegimos a quien pensamos que puede aportarnos
algo, a quien creemos adecuado para una tarea o capaz de aprender a realizarla,
a quien cumple ciertos requisitos o posee características que consideramos
idóneas. Sin embargo, Dios nos elige antes de saber nada de nosotros. Cuando
todo es futuro y no somos más que pura posibilidad. Para él, estamos ya presentes
sin haberlo merecido. Somos amados por él sin necesidad de ser perfectos, antes
incluso de poder ser, ni siquiera, buenos. Nos elige porque nos ama y ese amor
nos constituye, nos hace plaza fuerte, columna de hierro, muralla de bronce,
profeta de las naciones frente a la oposición de localismos restrictivos.
Dios se abre al mundo sin reserva alguna. Por eso,
no nos elige para permanecer en casa, parapetados tras la costumbre y habitando
la seguridad de lo conocido sino para salir al encuentro de otros llevando el
mensaje del amor que hemos experimentado. Dios nos ama gratuitamente y en su
derramarse sobre nosotros nos indica cómo hemos de amar: inmerecidamente. El
amor alumbra una nueva forma de relación entre las personas. Ya nadie será
acogido por lo que pueda aportar, por la dignidad de su procedencia o por su
pertenencia a un grupo selecto. Todos son amados, simplemente, por existir. Y
ese amor será el fundamento de su desarrollo como lo es del nuestro y será
también la argamasa que nos una a todos.
Nadie es profeta en su tierra, porque la tierra es
el símbolo de aquello que pretende contenernos. La planta crece enraizada en la
parcela que le tocó en suerte y le debe su crecimiento, la vida misma, pero es
también rehén suyo. El precio de la libertad es abandonar aquello que te
retiene y aceptar la incomprensión de quienes quedan atrás, sin airarse frente
a su intento de despeñarte. Y a ese mundo nuevo somos lanzados con la única
arma del amor. Pero no cualquier amor, sino aquel que se cumple hoy, que se
hace real y transforma las cosas y las vidas sobre las que reposa. Es el amor que
se encarna y actualiza en el hoy concreto de todos a los que somos enviados y
de todos con los que encontramos. Quien da cuanto tiene encuentra el amor que
le mueve y le da fundamento, conocerá a todos con el mismo amor con el que él
es conocido y amará a todos con el amor con el que él es amado. Participará del
único amor gratuito y verdaderamente constructivo. Es lo que nunca pasa pues
sustenta aquello que hubo, lo que hay ahora y lo que habrá mañana. Del pasado
nos queda la fe en el Dios que nos ha acompañado desde siempre, en el amor que
se ha ganado nuestra confianza; en el hoy tenemos la esperanza que resurge en
los pequeños gestos amorosos de solidaridad y justicia cotidiana y del mañana
lo desconocemos todo salvo la seguridad de que el amor seguirá sustentándolo
tal como lo ha hecho desde siempre con toda la realidad.
Hombre-Árbol. Carlos Sánchez Hijarrubia |
Gracias Siempre
ResponderEliminarA ti siempre, como siempre.
EliminarHermoso mensaje Y lo más hermoso es que eso es la realidad. Así os ama Dios, porque es Amor y no puede hacer otra cosa, si no amar. Que ese Amor nos transforme y hagamos nosotros lo mismo.
ResponderEliminarGracias a ti, Mª Pilar por tu comentario.
EliminarEl Amor es así, como dices. ¿Qué más podemos hacer si no es amarle a él y a todos los demás en los que él habita?
Un abrazo.
Gracias por estos comentarios que nos ayudan a interiorizar y desarrollar nuevas actitudes en la vida del día a día.
ResponderEliminarGracias a ti.
EliminarUnidos en la vida.
Un abrazo fuerte.