06/10/2019
De ramilletes y barricas.
Domingo XXVII T.O.
Hab 1, 2-3; 2, 2-4
Sal 94, 1-2. 6-9
2 Tim 1, 6-8. 13-14
Lc 17, 5-10
Llevamos años preguntándonos qué es eso de la fe,
porque no encontramos explicación que nos serene. Y Jesús sale hoy de nuevo en
nuestra ayuda. No se trata tanto de definir como de hacer fructificar. Nunca
podremos saber qué es si no la ponemos a funcionar. Pero ¿cómo hacer que lo
desconocido dé de sí hasta que alumbre una realidad diferente? Un ramillete de
pistas nos ofrecen las lecturas de hoy.
Confianza en Dios, en la Vida que se nos regala
derramándose sobre nosotros incluso en las peores situaciones. No somos
nuestros problemas ni nuestras circunstancias. Tras esa maleza que la vida
siembra a nuestro alrededor podríamos encontrar siempre el amor de Dios si
cambiáramos la perspectiva. Nos dice el profeta: frente a todo mal existe la
visión en la que podemos esperar y ésta es siempre más grande que aquél pues se
alimenta con la savia que circula por las venas de Dios. Escribe tu visión, tu
esperanza, para poder compartirla con los demás, para que pueda iluminar vidas
oscurecidas y dé ánimo para continuar adelante con la cabeza alta.
Erguidos y sin tentar a Dios ni querellarse contra
él. Que la confianza se exprese también en nuestra actitud ante la vida. Que la
dificultad no nos haga maldecir nuestra suerte, que tras la liberación no
añoremos la seguridad de la esclavitud, que el desierto no endurezca nuestro
corazón y escuchemos siempre la voz de la Vida que continuamente viene hacia
nosotros.
Viviendo en plenitud el don de Dios, sin cobardía
alguna. Reinventando siempre cada día con la fortaleza, el amor y la templanza
que Jesús en persona nos transmitió. Su testimonio fue su vida; la
actualización diaria de su ser más profundo descubierto y ofrecido sin reserva
alguna. Toda tradición espiritual es, en primer lugar, la cadena de transmisión
de la Vida que se encuentra en la historia de quienes nos precedieron y, en
segundo, el cultivo de uno mismo para que esa Vida encuentre en nosotros su
propia y personal manifestación.
Y, finalmente, diremos que la fe es el
reconocimiento de que todo lo va haciendo Dios en y por nosotros. Dejando a un
lado la vanagloria descubriremos que hemos hecho lo que teníamos que hacer
porque lo hemos descubierto en lo más profundo de nuestra intimidad. Porque lo
sembrado allí es lo que va dando sentido a nuestra vida al crecer y exportarlo
fuera. Desprendidos del miedo; empeñados en vivir nuestra dignidad con
responsabilidad, sin buscar culpables ni plegándonos ante el mal; guardando la
fidelidad a lo que se nos entregó y buscando siempre cómo hacerlo florecer de
forma nueva cada día descubrimos que la vida no tiene, pese a los grises, nada
de gris. Entre el blanco y el negro se abre un mundo irisado en mil matices que
lleva en sí la semilla de una nueva realidad que se va imponiendo como reflejo de aquella que se nos revela en
nuestro interior, envejeciendo en la barrica de nuestro corazón.
Construimos este mundo a nuestra imagen y
semejanza, pero sólo nos podrán pedir cuentas de los ladrillos que coloquemos o
de los que dejemos a un lado. La fe es esa actitud que identificamos en primer
término con la confianza y que expresamos
dejándola crecer y transformarnos
mientras transformamos el mundo.
De ramilletes y barricas |
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