15/12/19
De la ola y la roca
Domingo III Adviento
Is 35, 1-6a. 10
Sal 145, 7-10
Sant 5, 7-10
Mt 11, 2-11
Isaías y Mateo concuerdan hoy como el anuncio y su
cumplimiento. Lo que el profeta presentó como predicción lo narra el
evangelista como realidad, como hecho que se cumple en la persona de Jesús. Él
es el Mesías, el Cristo. Y su espera, vivida incluso con más ansiedad que la espera
del amado, ha tocado a su fin. Este
Jesús el Cristo no llega con las manos vacías, sino que nos trae el regalo del
Reino, una realidad tan diferente a la conocida que incluso Juan, el más grande
entre los nacidos de mujer, es más pequeño que el más pequeño de los que allí
se encuentran. Tan distinta que está aún por estrenar. De ahí la recomendación
de Santiago: esperar con paciencia mientras la impaciencia del profeta nos
devora. Apasionada espera de los amantes por reencontrarse que hacen por volver
a unirse. Apasionada espera de quien hace por acelerar el crecimiento de ese
Reino adelantando sus frutos, esforzándose en devolver la vista a los ciegos y
el oído a los sordos, hacer andar a los lisiados, limpiar a los leprosos, resucitar a los
muertos y anunciar a los pobres la buena noticia de que son amados antes que
nadie.
Nunca ha sido la esperanza una virtud pasiva. Nunca
la resignación, pese a cierta tradición, fue predicada por Jesús. Nada hay más
instantáneo, más cercano al momento, más fiel a la realidad en la que se
encarna que la esperanza cristiana que se esfuerza en transformar el mundo en
un lugar más amable, precisamente porque se le ama. Nada hay más cercano a la
encarnación del Hijo que el empeño en ser esa misma encarnación, en eliminar
cuanto nos ancla al sofá para salir y procurar que nuestra realidad externa sea
símbolo vivo del Reino que florece en
nuestro interior.
Porque ni interior ni exterior tienen aquí
preeminencia. Todo está sostenido por Dios y Dios está empeñado en serlo todo
en todos. Las separaciones y las fronteras son cosa nuestra, no suya. Vivimos
lo que somos y somos lo que buscamos y procuramos. Conforme nuestra espera
activa va produciendo frutos concretos para el Reino, la realidad que va
surgiendo de nuestra interacción con los demás alimenta también nuestro ser y
le abre a las nuevas perspectivas que surgen. Es tiempo de sumar, no de quejarse
los unos de los otros. Es tiempo de elaborar una síntesis que pueda incluir la
experiencia de la humanidad en su peregrinar esperanzado.
Vamos viviendo el adviento con el convencimiento de
que Jesús va a llegar. A Jesús hay que hacerle un hueco, pero esa es una acción
que requiere esfuerzo porque tenemos el corazón lleno de muchas cosas y,
ciertamente, él es capaz de colarse por cualquier rendija, tal como se coló en
nuestro mundo apareciendo en un destartalado pesebre, si hemos de hacer caso a
Lucas, pero a partir de ahí hay que ir dejándole sitio porque poco a poco se va
expandiendo conforme le prestas atención. No quiere hacer de nosotros
marionetas, sino que aceptemos ser expresión de sí mismo habitando en nosotros.
Sin la ola el océano sería un bloque de agua en calma, imponente, pero incapaz
de pulir las aristas de la roca. Seamos la ola que domestica el agreste
salvajismo de una vida demasiado afilada.
De la ola y la roca |
En cada mirada y en cada acto
ResponderEliminarEn la sencillez de lo cotidiano
Liberarle,
darle Forma...