08/03/2020
Amor personal.
Domingo II Cuaresma. Para leer las lecturas pincha aquí
Gn 12, 1-4a
Sal 32, 4-5. 18-20. 22
2 Tim 1, 8b-10
Mt 17, 1-9
Con tan sólo una promesa, Abram se pone en marcha.
No tiene prueba alguna más que la voz que le asegura tierra y descendencia ¿Qué
más puede desear cualquier nómada? Abandonar la casa paterna no parece un
precio excesivo para ningún alma de adolescente impetuosidad. El relato, sin
embargo, afirma que Abram era ya un hombre entrado en años, 75 nada menos. Y a
esa edad, aún adolecía de tantas cosas que vivía en permanente búsqueda.
Deseaba encontrar su propio lugar, pero solo abandonando la rama puede el
pájaro volar. La rama a la que Abram vivía aferrado era la casa de su padre,
sus pertenencias, sus normas, sus tradiciones. Dejándolo atrás podría fundar su
propia casa y asentarse en su tierra para criar a su descendencia. Abram
descubrió que esa voz misteriosa le hablaba a él personalmente; que no le
dirigía respuestas generales ni oráculos imprecisos: No. Tierra y descendencia.
Un lugar, un sentido, una multitud que le recordase para garantizarle la
inmortalidad. Solo las almas permanentemente insatisfechas se mantienen en
constante actitud de escucha, tengan 13 o 75 años. Lo que Abram descubrió fue
un Dios personal que le hablaba a él y que se mostraba capaz de llenar su
vacío.
Por su parte, Pedro se ve desbordado por la
experiencia en aquel monte y quiere permanecer allí antes de retomar el camino
con los demás. Allí es donde ve a Jesús departiendo con Moisés y Elías. Es la
confirmación de que su maestro se encuentra en perfecta sintonía con la
tradición anterior, con la ley y los profetas (la casa del padre); a la altura
del legislador que había prometido que vendría alguien como él; al mismo nivel
que el profeta que no había muerto, sino que había sido arrebatado a los
cielos. Y quiere construir una tienda para cada uno de ellos. Para que Dios
pueda habitar de nuevo en una tienda (casa de nómadas) entre su pueblo, como en
los tiempos antiguos, en el triple sacramento de la Ley, la profecía y el
mesías esperado, el guía y gobernante definitivo. Sin embargo, Dios mismo le
libera de su error. Quien comparte su vida con ellos no es semejante a nadie
más sino su propio Hijo. Esto era, para cualquier judío piadoso, inconcebible.
Un puro y aterrador pecado que le tira por tierra, a él y a sus compañeros. Cuando
todo cesa sólo está Jesús que sana sus temores. A esta incipiente luz le falta
aún el brillo de la Pascua: el descubrimiento de la promesa cumpliéndose en
cada uno de sus corazones.
También Timoteo es invitado por Pablo a no olvidar
este amor personal que Dios quiso manifestar ya desde el principio. Pese a los
cautiverios y penalidades, le alienta a la confianza en la promesa inicial que en Jesús el Cristo se ha
visto confirmada. Y Pablo, como Jesús a sus amigos, le alienta también a no
tener miedo. En muchas de nuestras traducciones falta el detalle: “toma parte CONMIGO en los padecimientos por el Evangelio”. No
le pide Pablo a Timoteo que sufra con él, sino le anuncia que él estará a su
lado en sus sufrimientos. El amor es siempre personal e implica presencia. Ese
fue el gran descubrimiento de Abram y lo confirmarían Pedro y sus compañeros.
Timoteo estaba a punto de descubrirlo también y de experimentar que a través de
Pablo, como de Jesús y de la comunidad, Dios mismo se le daba de forma única y
personal.
Amor personal |
Muchas gracias por la reflexión a la Liturgia de la Palabra de hoy.Que nuestro buen Dios nos conceda la gracia de abandonarnos confiados a su promesas, que contemplar su gloria a través de los acontecimientos que vivimos nos ayude a ganarnos la vida eterna, con una vida irreprochable, fundada en el amor.
ResponderEliminarGRacias a ti, yani.
Eliminary Amén.