21/05/2023
Ascensión de Jesús
Hech 1, 1-11
Sal 46, 2-3. 6-9
Ef 1, 17-23
Mt 28, 16-20
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Lucas inicia
el libro de los Hechos de los Apóstoles relatando con detalle el episodio de la
Ascensión de Jesús. Es mucho más precisa esta versión que la que aparece en su propio
evangelio, o que la que se nos cuenta en el epílogo añadido al final de Marcos.
En todos ellos la conclusión es clara: Jesús se va; regresa al Padre, al origen.
Todavía un detalle importante nos aporta Lucas en el pasaje que hoy leemos: los
discípulos preguntan si ha llegado, por fin, el momento de restaurar el reino a
Israel. Ni siquiera después de la Pascua y de haber comido y bebido con él, comprenden
que Jesús nunca pretendió devolver glorias pasadas a su pueblo, sino proyectarlo
hacia el futuro purificando su raíz. En pocas palabras: No fue suficiente
encontrarse con Jesús, porque su convicción y esperanza les hicieron
interpretar todo cuanto él les dijo acomodándolo a sus expectativas. Por eso
les insiste en que esperen hasta que llegue el Espíritu Santo. El salmista
expresa la misma concepción que los discípulos entonando un salmo real, un
canto de coronación: Dios va a ser el rey del mundo…
Mateo es
mucho más discreto. Presenta la escena en un monte de Galilea donde los discípulos
se encuentran con Jesús que presume de un único poder: convocar, por medio de
sus enviados, a todos los seres humanos, congregándoles en nombre de Dios. Y
aquí Jesús no se va, sino que afirma que estará siempre con nosotros. Jesús
está vivo. Esta es la experiencia pascual que los discípulos expresan como
pueden. La tumba vacía y la ausencia del cadáver son signos que les ponen en la
pista de la resurrección y Jesús mismo les hace saber, de algún modo, que está
vivo y que no nos dejará solos. El Dios que descendió, se hizo humano y verdaderamente
murió, ha venció a la muerte y retorna a su ser Dios llevando a la humanidad
consigo. Todos nosotros estamos ya en Dios, pero seguimos empeñados en
restaurar reinos y glorias pasadas. Tampoco nos ha sido suficiente encontrarnos
con Jesús. Necesitamos aún el bautismo del Espíritu.
Pablo pide para todos el espíritu de sabiduría y revelación para que podamos comprender la esperanza a la que nos llama. Pablo, que supo romper con todo nos pide hoy que también nosotros dejemos atrás nuestras viejas concepciones. Pablo llama santos a los miembros de la asamblea cristiana, que se están esforzaron en dar a luz lo nuevo. No siempre las y los componentes del santoral y la Iglesia que somos estamos a la altura. La fiesta de la Ascensión es la celebración de la ausencia de Jesús, en cuanto que no es identificable con las estructuras que conocemos, ni siquiera con muchas de las que creamos en su nombre. Jesús sigue presente en nosotros; en todos y cada uno de nosotros. Nuestra estructura de seres humanos es el albergue en el que él se mantiene y es también nuestro punto de contacto con Dios mismo, que se hizo ser humano; no se hizo capilla, ni árbol, ni incienso, ni rio… se hizo ser humano. A todas y todos nosotros, como seres humanos se nos promete la llegada del Espíritu como capacidad de discernir que somos ya en Dios. Así lo celebraremos en unos días. Mientras tanto vivimos en la contradictoria revelación de una ausencia gozosa que nos remite a una presencia íntima que se materializa comunitaria y asambleariamente arruinando estructuras y concepciones que pudieron ser necesarias en un tiempo pero que se han convertido en un lastre para la fraternidad.
Salvador Dalí, La ascensión de Cristo - Piedad (1958) |
Muchisimas gracias ppr ayudarnos a comprender aJesus.un abrazo
ResponderEliminarGracias a ti, Ana Mari. Un abrazo.
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