07/05/2023
Raíces sinodales.
Domingo V Pascua.
Hech 6, 1-7
Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19
1 P 2, 4-9
Jn 14, 1-12
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Los
problemas en el seno de la Iglesia no son nada nuevo. Ya desde el principio los
hubo. Pero en aquellos días supieron ser creativos y adaptarse a las
necesidades del momento. El movimiento se demuestra andando y el carisma,
alumbrando soluciones sin adherirse a lo caduco. Esta plasticidad fue expresada
con diversas metáforas. Pedro nos habla hoy de piedras vivas capaces de
amoldarse y combinarse con otras para originar posibilidades siempre nuevas. En
esta nueva arquitectura tenemos una única piedra angular sobre la que todos
pivotamos para erigir estructuras flexibles capaces de acoger, cobijar,
potenciar, defender, alimentar, promocionar y empoderar a todos
transmitiéndoles el mensaje de que es posible dejar la tiniebla y caminar en la
luz; es posible encontrarle un sentido a este mundo alocado y vivir de otra
manera. El Espíritu que habita y ora en nosotros (esto lo tenemos bien
aprendido o, por lo menos, lo repetimos constantemente) también nos impulsa a
buscar caminos nuevos (esto parece que no lo tenemos tan asimilado o, al menos,
nos cuesta ponerlo en práctica).
Jesús es un
alma nómada y prefiere hablar de caminos; acoge a todos y prepara una morada
para cada uno. Dice partir hacia la casa del Padre para disponer allí
alojamiento para todos. Entiende su partida como un volver a su propio origen. Por
eso se identifica a sí mismo con el Padre y se presenta como imagen suya. Verle
a él es ver al Padre. Es camino porque nos une directamente con él; es verdad
porque se mantiene fiel a su esencia íntima y es vida porque transmite la vida
misma de Dios, porque desbarata cualquier sombra de muerte que amenace al ser humano. Sus obras hablan a
favor suyo.
Jesús, huelga decirlo, es la piedra angular propuesta por Pedro y esa centralidad surge de la identidad que él mismo declara tener con el Padre. El Padre es la morada definitiva a la que todos estamos llamados y todas esas moradas en las que Jesús quiere acomodarnos son modos de acercamiento al Padre; formas de conocerlo. Todas ellas tienen su correlato en la experiencia histórica. Ya no es solo que existan diferentes tradiciones religiosas, sino que en cada una de ellas se dan múltiples corrientes, escuelas y comprensiones. En realidad, son tantas como personas pues Dios habla de tú a tú con cada uno, pero nuestro espíritu comunitario nos hace agruparnos con hermanillos y hermanillas de sensibilidad similar. Jesús resulta ser así el criterio de discernimiento; la Palabra que Dios pronuncia para obrar en el mundo y para atraernos hacia él. En Dios todos tenemos morada y deberíamos respetar todas las moradas a no ser que vislumbremos con claridad que han acampado muy lejos del camino, que traicionan su esencia o que favorecen más la muerte que la vida. En román paladino: a no ser que alguna de esas moradas, grupos, tradiciones o escuelas se distancie del amor y del servicio al prójimo vivido por Jesús y renuncie así al dinamismo de la encarnación que acerca a Dios a cada corazón, debemos, de buen grado, aceptarla como compañera de camino aunque, de primeras, no creamos tener mucho en común con ella. En una Iglesia tan plural como la nuestra esto debería ser una certeza. En un mundo tan globalizado, también. En tiempos de una sinodalidad tan en boca de todos no deberíamos pretender que todos siguiesen las mismas huellas que nosotros, sino trazar, entre todos, nuevas rutas.
Raíces sinodales |
Hermoso Gracias por compartir
ResponderEliminarGracias a ti por lo mismo. Un abrazo fraterno.
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