03/12/2023
Se acerca la nueva humanidad.
Domingo I Adviento
Is 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7
Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19
1 Cor 1, 3-9
Mc 13, 33-37
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Como ya
quedó dicho en alguna ocasión, la mentalidad semita más antigua consideraba a
Dios autor de todas las cosas y realidades; incluso del endurecimiento del
corazón humano. Así le pasó a Faraón en los tiempos de Moisés y así nos lo
recuerda hoy Isaías. Pese a todo, existen seres humanos capaces de esperar en
Dios; de recordar sus caminos y practicar la justicia. Desde esta perspectiva,
esa actitud incomprensible de Dios podría comparase a un recurso pedagógico.
Esta imagen nos resulta hoy insostenible pero podemos rescatar de ella la
intuición que nos habla de la capacidad humana para ejercer su libertad natural
y practicar el bien venciéndose a sí mismo, siendo este sí mismo, en muchas
ocasiones, el dios al que más escuchamos. Esa es una buena victoria sobre
nuestra más íntima idolatría. Por otro lado, Isaías realiza otras dos
afirmaciones importantes: la primera, que Dios ha rasgado el cielo y ha
descendido junto a nosotros y ha cumplido así la aspiración humana de derrotar
el egoísmo y la injusticia. A partir de este momento podemos reconocernos como
obra de la mano divina; como la arcilla del alfarero. Esta es la segunda
afirmación.
Pero somos
arcilla libre; no simplemente moldeada, sino que quiere, por determinación
propia, acomodarse a la voluntad del artesano. Por eso somos capaces de pedirle
a Dios que baje y se acerque. Así lo pide el salmista y nosotros heredamos hoy
su oración como invitación a solicitar esa misma intervención en nuestras
vidas. En este comienzo de año encontramos de nuevo a Dios a la puerta. El
siempre está adviniendo y nuestra naturaleza humana nos hace capaces de
invocarle al practicar la justicia. Podrán existir también otras invocaciones,
pero están vacías; son incapaces de surtir ningún efecto. Jesús deja
definitivamente de lado esa idea de Dios endurecedor de corazones y apela a la
responsabilidad de cada uno. Todos, sin excepción, tenemos nuestra faena. A
todos se nos insiste en no quedarnos dormidos. El sueño es imagen del orden
anterior, del centramiento en uno mismo, de rendirse al hastío de lo fútil.
Despertar es abrirse a lo que está llegando.
Pablo insiste sobre el hecho de que hemos sido enriquecidos en el hablar y el saber ¿Qué otra cosa podemos esperar? No carecemos de ningún don. Somos perfectamente capaces de convertir nuestra vida en un compromiso real y concreto con la justicia que Dios espera de nosotros. Él mismo se hizo uno como nosotros suturando la distancia que nos separaba y así cumplió nuestra primera y más radical aspiración: una compañía similar a nosotros, porque el mundo que nos contenía se nos quedaba pequeño. No somos una realidad individualizada sino que al optar por mantener la justicia de Dios hacemos real y efectiva su comunicación con nosotros y con todos los demás a través nuestro. Nos constituimos humanos en la medida en que nos unimos a otros. Nuestra intimidad es la puerta a la que Dios llama para, a través de ella, encontrarse con todos los demás. Ese es su encargo y la plenitud de dones que poseemos. Participar de su vida es la labor que nos encarga. Se acerca quien nos acerca a todos. Dios no se va a hacer carne como una exclusividad digna de admiración sino actualizando en nuestra profundidad la capacidad de colocarnos en dirección y referencia a los demás. Lo que se está acercando es la nueva creación.
Se acerca la nueva humanidad |
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