15/12/2024
Con la alegría del futuro
Domingo III Adviento “Gaudete”
Sof 3, 14-18a
Is 12, 2-3. 4bed. 5-6
Flp 4, 4-7
Lc 3, 10-18
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Hablamos hoy de alegría. Siempre es buena noticia encontrar en estos tiempos que tanto gustan de la tragedia un regocijo que pueda dar razón de su ser. Porque no tratamos aquí de un contento vacío sino de un júbilo fundamentado; de un alborozo con raíz. Y esa raigambre se encuentra en la presencia de quien puede asegurar el perdón, la paz y la salvación. Así lo afirma Sofonías y lo canta también el salmista. Es un proceso personal: sentirse perdonado, o ser capaz de perdonar, lo que no implicaría simplemente olvidar, sino hacer real la actualización, la traída al momento presente, de la gracia y misericordia divinas ya sea entregándolas o recibiéndolas, alumbra la paz, que no es mera tolerancia irenista sino la implicación en la construcción de una nueva realidad que acoja a todos sin dejar fuera a nadie, de la que puede emanar la salvación, el sentido que aporta significado a nuestra experiencia actual conectándola con la esperanza definitiva. Es así como podemos comprender que mucho queda aún por hacer pero todo eso está ya en construcción. Lo ya erigido se debe a esa confianza en el amor y el perdón de Dios que hace exultar al profeta y al salmista.
Lucas muestra tiempos nuevos. La construcción continúa pero la raíz bebe ahora del futuro. Está por llegar quien concluya lo que ya se comenzó pero mientras tanto no podemos caer en la inacción. Lucas es un hombre práctico por lo que rescata el mensaje más aleccionador de Juan Bautista y pone a todos a trabajar desde la honrada sencillez de lo cotidiano ¿Qué hacer? Aquello que está a tu alcance. En realidad, no nos es posible hacer otra cosa, pero qué importante es hacer ésta bien hecha. Desde tu lugar: no extorsiones, no te aprovechas, comparte lo que tengas… sé un profesional honrado; un buen ciudadano. Estas palabras sonaban tan revolucionarias en tiempo de Juan que la gente pensaba que era el mesías. ¡Pero es que también suenan hoy así! No es difícil encontrar quien aplica máximas como “saca lo que puedas”, “no te compliques tanto la vida”, “todos lo hacen…”. Solo con que todos, cada día, hiciéramos bien aquello que tenemos que hacer, el mundo sería otro. Y queda, por fin, la libertad de reconocer que no somos nosotros los salvadores definitivos. Libertad, decimos, porque pretender salvar al mundo en solitario termina por ser una auto-condena de la que tampoco escapan quienes nos rodean. No. Llegamos hasta donde llegamos que puede perfectamente no ser poco, pero hay otro que traerá el fuego y el ímpetu que lo transformen todo. Ese es el mesías, no nosotros.
Mientras tanto, nos recuerda Pablo, debemos vivir en la alegría que se apoya en ese Señor que movilizaba al salmista y a Sofonías. Vive entre nosotros porque su presencia la vamos haciendo real con nuestro trabajo diario, pero está siempre por llegar porque lo definitivo, para serlo, no podrá ya mejorarse. Vivimos en el presente alimentados por el futuro que esperamos. Para vivir en Cristo dejamos atrás el pasado viviendo el ahora desde el perdón y en clave constructiva. No es posible edificar sobre el odio; solo la paz es capaz de cimentar lo que viene. Solo el corazón pacífico puede acoger a quien aporta la novísima novedad de vivir el presente desde la irreductible alegría de comprender la vida como un camino en el que la máxima hondura y comprensión se hallan favoreciendo a los demás.
Con la alegría del futuro |
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