jueves, 5 de diciembre de 2024

LO NUEVO SIEMPRE ES LÍO. Domingo II Adviento. Inmaculada.

 08/12/2024

Lo nuevo siempre es lío.

Ba 5, 1-9

Sal 126, 1-6

Flp 1, 4-6. 8-11

Lc 3, 1-6

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Gn 3, 9-15. 20

Sal 97, 1-4

Ef 1, 3-6. 11-12

Lc 1, 26-38

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Nos encontramos hoy con dos celebraciones importantes. Por un lado el segundo domingo de Adviento; por el otro, la fiesta de la Inmaculada. En prácticamente todo el mundo tendría “preferencia” la conmemoración del domingo y la fiesta de la Inmaculada se trasladaría al día libre más cercano. Por una serie de circunstancias no es así en el Estado español donde “prevalece” esta segunda fiesta sobre el domingo. ¿Podríamos, a riesgo de no apretar lo suficiente, abarcar ambas festividades?

Las lecturas del domingo en espera comienzan recordándonos la promesa de liberación de Dios a su pueblo: los desterrados volverán a su tierra. Así lo anuncia Baruc y lo confirma el salmista. Lucas pone concreción histórica a la llegada del enviado definitivo y Pablo asegura que pese a que todavía queda mucho por restañar, el amor presente en la comunidad es ya señal de esa venida y prenda de la sanación definitiva. Acercarse a los textos de la celebración mariana es remontarse hasta los relatos fundacionales para contemplar la opción del ser humano por su autonomía. Auto-destierro podríamos decir, tal vez. A partir de ese momento ya no estará sujeto al criterio divino sino que será él quien decida qué es lo bueno y lo malo. El salmista canta que, pese a todo, Dios sigue obrando maravillas y Lucas nos presenta a María como la persona capaz de reconducir la situación. Eva, la mujer, tiene la capacidad de pisotear el mal; por eso es madre de todos los que viven. Y así lo hace esta sencilla aldeana nazarena. Acepta dar rienda suelta a la gracia que habita en ella y no imponer su juicio sobre el de Dios. Pablo nos dirá que también nosotros estamos llamados a ser santos e inmaculados; irreprochables por el amor. Por el amor de Dios que se derrocha sobre todos y que María toma como guía y por el amor de Dios que se expresa en la comunidad. Es ese amor que Jesús viene a recordar y “activar” y del que Pablo da fe en el texto de Filipenses.

Lo que en Jesús nos parece inalcanzable por quedar siempre presos del peso de su naturaleza divina se hace cercanía en María. Ella que fue en todo momento un ser humano como nosotros supo, como Jesús, aceptar y donar ese amor divino para alcanzar la plenitud. Celebramos su aceptación y su puesta en camino; no reconocemos un privilegio que la divinice y aliene mientras nos paraliza a los demás. Con su palabra y su obra el Bautista anunció la llegada del salvador decisivo. María se hizo ella misma mensaje y alumbró la solución conclusiva. Acoger la propia vocación es dejar de lado esa idea que tengo de lo que debería ser esto o aquello; es posponer esos planes que tengo tan claros; es caminar junto a otras y otros a quienes quiero, pero que en ocasiones  no comprenden tan bien como yo; es hacer hueco para que nazca en mi lo nuevo ¿Cómo? Como María: confiando, aunque sepas que se va a armar un buen lío. En el fondo, esa es la señal: si no hay lío la cosa no pinta bien. La novedad que lo es siempre llama la atención. Dios rebaja los montes y collados para que nos adelantemos y salgamos a acoger a los que van llegando. Que nuestro amor de hermanos no se quede encapsulado; que sepamos hacerlo llegar hasta los demás para que lo recibido, por la justicia que viene de Jesucristo, redunde en alabanza de quien nos lo regaló. No anunciamos a quien ha de llegar sino que lo hacemos presente al renunciar a discernir según nuestro propio beneficio y aceptar pisotear el mal con la debilidad capaz de dar a luz una realidad en permanente construcción desde que Juan la anunció y María aceptó ponerle carne. 

 

Maximino Cerezo Barrado, Donne

 


 

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