01/04/2018
Nos cita a todos.
Pascua de Resurrección.
Hch 10, 34a. 37-43
Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23
Col 3, 1-4
Secuencia
Jn 20, 1-9
Por gracia de Dios, dice Lucas, Jesús resucitado pudo
manifestarse a unos pocos: a nosotros. A nosotros que hemos comido y bebido con
él tras su resurgimiento, que hemos participado en tantas eucaristías, que
hemos sido llamados a incluir en nuestras vidas a todos aquellos con los que
Jesús comió y bebió en vida. Somos testigos de su resurrección, hemos
presenciado verdear la primavera y conservamos en nuestra alma las brasas de su
recuerdo sobre las que el Espíritu sopla ahora para avivarlas. Es esa ansia que
nos lleva a seguir buscando sin permitirnos dejarlo caer todo en el olvido; es
la insatisfacción que encontramos en nuestro día a día y que nos empuja a
continuar reorientando continuamente el rumbo. Es la primera señal de toda
resurrección: la insatisfacción, nada es suficiente; se aspira siempre a más,
más vida, más amor, más plenitud, siempre más.
Parece que María Magdalena no pudo soportar la
ausencia y acudió en busca de Jesús, a quien había seguido por los caminos y
con quien había compartido tanto. Sin poder seguirle más ya nada tenía sentido;
le habían arrebatado la vida misma. Pero esa insatisfacción se había hecho ya
llamada en ella y sin poder explicarlo mejor acudió en solitario a prestar un
último servicio, una última unción, a dar un último abrazo y allí descubriría
que nada era como ella sentía; que el corazón y la razón la engañaban porque
había algo mayor que nunca había entendido antes, aunque aun haya de esperar un
poco para oírlo gritarle a bocajarro: ¡Estoy Vivo! Simón y Juan no tenían ya
misión alguna que realizar, ni maestro al que rendir cuentas. Tampoco su vida
parecía tener ya ningún fin capaz de moverles a nada más; todo terminaba allí
para ellos. La irrupción de María en la estancia es el detonante que les lleva
a salir de sí mismos y olvidarse de todo lo demás. Es la segunda señal: es
contagiosa e irrefrenable, cuando el amor prende poco se puede hacer por
contenerlo, el aire se transforma en llama e inflama la vida por sus cuatro
costados.
Pese al silencio, Dios está siempre actuante. Su
acción se percibe en un momento, en un
día concreto, en el instante en que estamos preparados y no antes. Es el día
del Señor. Cuando ese día amanece, la certeza es mayor que cualquier evidencia,
por definitiva que parezca. Esa es la tercera señal: es incontestable, no hay
forma de dejarse enredar por prueba alguna. La llamada se percibe clara e
irrefutable. Dios llama hacia la luz, hacia la vida. Resulta que toda nuestra insatisfacción,
nuestra incontenible energía y nuestra certeza son obra de ese Dios al que
habíamos sepultado tras la losa de nuestra cotidianidad, bajo el peso de tantas
cosas, leyes, miedos y respetos. La realidad de la llamada engloba a todas las señales
y dinamita nuestro mundo, descerraja nuestra cortedad de miras. A cada uno nos
llama personalmente, pero a todos nos convoca como pueblo. Entrelazados, María,
Simón y Juan han de correr juntos hasta el sepulcro para ser testigos de la
vida. Unos a otros nos llevamos de la mano y somos todos responsables de todos.
La luz nos cita a todos. Cada uno abandona su mortaja para abrazar a todos los
demás. En este abrazo caen los sudarios y por fin vemos, comprendemos y amamos
en la luz, en la vida, en Dios.
FELIZ RESURRECCIÓN
Nos cita a todos |
"...un Silencio en Amor las repara y de Ternura, las concilia"
ResponderEliminar"...todo el Ser, danza y canta tu Esperanza"