22/04/2018
Acepta liberarte y ama.
Domingo IV Pascua.
Hch 4, 8-12
Sal 117, 1. 8-9. 21-23. 26. 28-29
1 Jn 3, 1-2
Jn 10, 11-18
Somos ya hijos de Dios, pero estamos aún lejos de
poder siquiera imaginar lo que estamos llamados a ser. Hijo y padre son
categorías humanas, nada más. Cuando Dios se manifieste nos reconoceremos semejantes a él, pues a su imagen y semejanza
nos crió. Verle tal cual es, es vernos a nosotros mismos, conocer nuestra
naturaleza última y nuestra distancia respecto a él. Mientras tanto, mientras esa
distancia sigue apareciendo como insalvable, tenemos a Jesús que, sin mezcla ni
confusión, aceptó asociar su naturaleza humana a la divina que sentía palpitar
en su corazón para terminar despreciado por su generación, siendo reconocido, tan
sólo por los desheredados, como el Cristo.
Su nombre, Jesús Nazareno, es portador de salvación
porque en su realidad humana se condensa y expresa la realidad del amor de Dios
a todos los hombres. A todos los quiere reunir como reúne un pastor a sus
ovejas, de uno y otro redil, para hacer un solo rebaño, un solo pueblo, una
única humanidad. En cada ser humano hay algo, por pequeño que sea, digno de ser
amado, dar la vida por uno sólo es darla por todos, por la grandeza común de
esa humanidad que se expresa en millones de particularidades. Lo decisivo es
dar la vida, porque quien se libera hasta ese punto lo hace también hasta el de
recuperarla de manos de Dios. Renunciar a cualquier apego es la clave para
poseerlo todo sin que nada pueda poseerte a ti. Renunciar a eso por el bien del
más pobre de los hombres concretos, portador en sí mismo de la grandeza y la
miseria de toda la humanidad, es la peculiaridad propia del cristiano.
A cada uno de nosotros nos busca Dios, nos llama
para llegar a ser el mejor ser humano posible, abierto a la receptividad y a la
donación total. A partes iguales, Jesús reunió y acogió en torno a sí a un
grupo humano amplio y diverso. A todos ellos y ellas les ayudó a salir de los
moldes que les encorsetaban y a todos ellos y ellas les liberó para que
pudieran recibir y comunicar la plenitud de Dios a sus vecinos y así extenderla
poco a poco como una red, con nodos de proximidad, de projimidad, en los que
fuese posible un amor real, concreto y personal. Si el despreciado por el poder
fue reconocido como la nueva y única roca fundamental no lo fue por otra cosa
más que por su capacidad de acoger, consolar y liberar. Todas aquellas personas
pudieron romper su molde, trascender su clase social, rebelarse contra un
sistema que los condenaba a la explotación y a la negatividad. También a
nosotros se nos ofrece la posibilidad de salir del molde y unirnos al nuevo rebaño,
no como simples ovejas, sino como seres libres, liberados, que conocen a quien
les guía, como éste conoce al que le envió. Jesús conocía a Dios y se vio a sí
mismo en él, compartiendo su naturaleza con él en una única persona, en una
única forma y manera de presentarse ante el mundo, de proyectar su ser íntimo
hacia los demás. Nosotros decimos conocer a Jesús y a Dios por medio suyo. A cada
uno de nosotros Dios nos regala su amor expresado en el amor concreto de tanta
gente que nos rodea, y a cada uno nos pide que comuniquemos ese mismo amor a
tanta otra gente que también nos rodea pero que no lo ha percibido todavía.
Percibir y acoger el amor que nos libera es el primer paso, entregarlo
abiertamente es el segundo, identificarse con el Dios que nos libera y que
descubrimos en el otro es el tercero y definitivo.
Zenos Frudakis, "Rompe tu molde". Philadelphia, EE.UU |
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