24/03/2019
La higuera.
Domingo III Cuaresma.
Éxodo 3, 1-8a. 13-15
Sal 102, 1-2. 3-4. 6-8. 11
1 Cor 10, 1-6. 10-12
Lucas 13, 1-9
Dios llama siempre para ponernos en camino, para
fructificar. No es un ser pasivo; él toma partido en la historia concreta. Su corazón
siempre está cerca de su pueblo; él es fiel a su alianza. Se da en él esa santa
insistencia en confiar en almas corrientes para que sean sus enviados. Sabe
llamar su atención y está atento a sus reacciones y a sus dudas. Y está,
también, expectante ante su respuesta. Moisés quiere saber qué hay de distinto
en esa llama que no descompone la zarza al arder. Sus pies hollan el monte tal
como todos dejamos rastro de nuestro paso. Pero nosotros no siempre estamos
atentos a reconocer la excepcionalidad de los fuegos que arden sin agotar su
comburente. Es Dios quien inflama y es Moisés quien arde sin sucumbir porque el
amor de Dios no busca la aniquilación, sino la productividad del hombre puesta
al servicio de los demás; del pueblo que gime bajo el látigo. “Yo soy el que
soy”: el que siempre está presente y pendiente de todo, el que quiere actuar y
se implica en la marcha de las cosas, pero confía el trabajo a quien puede dar
de sí sin consumirse, a quien crece al comprometerse en la ayuda a los demás, a
quien confía y acepta ser sostenido por alguien más grande que sus propias
fuerzas. A quien acepta ser ocasión y escenario del encuentro entre Dios y sus
hermanos.
Sin embargo, es posible que el corazón te juegue la
mala pasada de ponerte en la tesitura de creerte ya seguro. Es posible que
pienses que un instante de revelación te concede la razón perpetuamente. Nadie
está a salvo del error; de creerse en posesión de la verdad. Nadie está libre
de verse como el único intermediario válido. Tal como la higuera está llamada a
dar fruto para todos, sin tener en cuenta la condición ni circunstancias de
quienes vienen a saborear sus mieles, el verdadero hombre de Dios se abre a
todos y ofrece sus frutos sin restricción alguna.
Cuando no quitamos las sandalias de nuestros pies,
cuando insistimos en cruzar el desierto sin desposeernos de lo que nos aísla
del abrazo de la arena, cuando ponemos barreras para que nada, ni siquiera
Dios, pueda afectarnos en exceso, también nuestra esencia pierde potencia y nuestro
fruto disminuye y es posible que llegue incluso a desparecer. Entonces sólo el
hortelano puede obrar el milagro y cavar un hoyo para que nuestras raíces se
oxigenen; sólo él puede transformar nuestra limitación en abono y hacer que
volvamos a la fecundidad. Lo mismo le pasa al árbol del que somos guardianes. En
estos tiempos recios son muchos los que parecen desesperar y quieren cortar la
higuera de la confianza y la cercanía con Dios. Su fruto ya no calma ningún
hambre. Ni la de quien no encuentra otro refugio, ni la de quien se siente
seguro a su sombra pero amenazado por el exterior. Por eso estos se convencen
de la necesidad de volver a implantar la ley descarnada y se persuaden de la
eficacia de prácticas antiguas. Mientras que aquellos lo contemplan como un resto
fosilizado y estéril. Hoy somos llamados a responder a la santa expectación de
Dios que nos convoca para airear las raíces y prestar nuestra debilidad para
que el fuego del amor la transforme en fortaleza que sepa buscar el bien de
todos tan lejos como alcancen las ramas del árbol, sin importar nada más.
La higuera |
Que maravilla.gracias Javier y Antonio por avivar nuestras brasas
ResponderEliminarGacias a ti por responder y opinar.
EliminarEXCELENTE.
ResponderEliminarLa excelencia de quien expone es reflejo de la que guía la búsqueda de quien escucha. Nos resuena aquello que habita ya en nosotros. Gracias a ti por compartir el mismo camino. un abrazo.
EliminarMe ha gustado y cuestionado mucho esta reflexión. Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti por aceptar la cuestión y no rehuirla. Nosotros sólo somos los transmisores: compañeros de camino.
EliminarEn el consentimiento están implícitos los tiempos de frutos, los tiempos de espera, los de visión y los de ceguera, los oídos abiertos a la escucha y las manos dispuestas...También los tiempos de reposo, de confianza silenciosa en apariencia cerrada pero abiertos en la esperanza
ResponderEliminarLa semilla alberga la potencia de cuanto ha de venir. Todo se contiene en la minúscula fracción que consiente en enterrarse. "Somos semillas ya plantadas" y estamos llamados a dar fruto según nuestro ritmo y proceso.
EliminarGracias por compartir.
Un abrazo.