23/04/2023
Una nueva presencia.
Domingo III Pascua.
Hech 2, 14. 22-33
Sal 15, 1-2. 5. 7-11
1 P 1, 17-21
Lc 24, 13-35
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La
resurrección de Jesús pilló por sorpresa a todos. Nadie podría discutir que
había muerto. Estaba tan muerto como David, que había hablado en primera
persona de su vuelta a la vida, pero seguía muerto y su sepulcro era conocido
por todos. Sin embargo, Pedro ve ahora claro que David no habló de él mismo,
sino del Mesías que, según las profecías, había de padecer para ser luego levantado,
restaurado por Dios mismo. Sus amigos ven ahora confirmada la identidad mesiánica
de Jesús por la desaparición del cadáver, que no podía indicar otra cosa que su
resurrección. Pero no todos lo tienen tan claro. Cleofás y su compañero, o
compañera, se dirigen a Emaús. Tal vez vuelven a casa o tal vez ponen distancia
de por medio. En todo caso, desesperanzados, tienen que admitir que esperaban
otra cosa. Y tan grande es la distancia entre sus expectativas y la realidad,
que son incapaces de dar el paso que Pedro y algunas mujeres han dado ya. Les
falta aún una conmoción mucho más personal.
Reconocer a
Jesús al partir el pan es percibir en aquel compañero de camino la misma
actitud vital que les había seducido en su maestro. Partir el pan era la
costumbre que Jesús tenía al sentarse a comer con los amigos que él se elegía y
que aceptaban sentarse con él. Y había sido también la imagen que él empleo
para simbolizar su propio cuerpo; es la materialidad de su entrega personal.
Jesús compartió con todos compartiéndose a sí mismo. Sólo él podía realizar ese
gesto y despertar en ellos tal familiaridad. Ahora sí estaban en casa y no
estaban solos. Eran capaces, por fin, de ver con ojos nuevos. Para ellos toda la
realidad se ve alterada por ese acontecimiento hasta el punto de verse
impelidos a correr los 60 estadios (entre 10 y 11 kilómetros y medio) que les
distanciaban de Jerusalén cuando ya anochecía. Se sumergieron en la oscuridad
de un mundo en decadencia llevando en sí mismos la luz que les guiaba. Las experiencias
que tanto Pedro, como Lucas o el salmista plasmaron en sus escritos son las que
se acumulaban en sus corazones en una sola certeza: ¡Vive!
El encuentro en Emaús sienta las bases de los posteriores encuentros de la comunidad: Palabra, compartir y salida hacia los demás. En esa salida se testimonia que Jesús ya no es simplemente el amigo retornado, sino que es el Señor; aquel que ha vencido al mal, a la muerte, no enfrentándose a ella, sino atravesándola con inocencia; sin sucumbir a su seducción. Eucaristía (agradecer) es el término griego que traduce al hebreo bendecir (barakah). Bendecir es agradecer al Padre todo aquello que nos da y colocarlo a disposición de quien ha de compartirlo. Esta acción de gracias es reconocimiento de nuestra propia realidad a la luz del amor divino manifestado en Jesús que nos hace recapitular y entender la ley y los profetas y es impulso para vivir encontrándonos unos a otros y salir al mundo para prender hitos que alumbren el camino a los demás. Es una comprensión nueva, pero también una presencia nueva a imagen de la presencia de Jesús. Es el testimonio del testigo que conoce a su Señor y convierte su acción de gracias en una solicitud de bendición para quienes otros van dejando de lado. Es una presencia nueva que no se conforma con permanecer allí donde el descubrimiento fue posible, sino que retorna al lugar de la exclusión para manifestar en el ágora la nueva lucidez y sembrar la denuncia que alumbrará ese otro mundo posible.
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