07/04/2023
Víctimas
Viernes Santo
Is 52, 13 – 53,12
Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25
Hb 4, 14-16; 5,7-9
Jn 18, 1 – 19, 42
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Isaías nos
trae hoy la enigmática figura del siervo. Los exégetas discuten a quien se
refiere; para algunos se trata de una persona concreta, desconocida, para
otros, es la imagen del pueblo fiel. La literatura rabínica posterior vería en
esta figura el anuncio de un Mesías sufriente capaz de sanar al pueblo de todos
sus males. La tradición cristiana vio claramente una prefiguración de Jesús y
así lo identificó en los textos de la pasión. Lo que está claro es que
cualquier siervo de Dios, cualquier persona que se decida a mantenerse fiel, y
no dé un paso atrás terminará tan mal como este siervo. El salmista nos
presenta la confianza absoluta de esa persona. Es evidente que Jesús esgrimió
esa confianza y se dejó llevar por ella.
Para Jesús fue
tan difícil como se había escrito del siervo. Pero con él se inauguró una nueva
realidad. Desde él, Dios mismo se nos aproxima; en él experimentó la debilidad
y comprendió todas las nuestras. Hablar de antes o después refiriéndose a Dios
es complicado porque le aplicamos condicionantes humanos, pero en Jesús Dios
experimentó la humanidad; sus grandezas y sus miserias. La distancia se ha
eliminado. Jesús, Hijo de Dios, conocido como el Cristo, no es ya una figura
anónima, sino la encarnación de Dios que ha conocido a la humanidad de forma
absoluta, hasta su último resquicio. Es el Sumo Sacerdote en el que se reúnen
Dios y el ser humano. Por eso, el autor de la carta a los hebreos nos anima a
acercarnos a él sin temor. Nada queda al margen de esa reunión. Es decir, se ha
clausurado la cesura entre Dios y el ser humano, pero esta nueva condición no
afecta sólo a Jesús, sino a toda la humanidad pues son sus naturalezas las que
se encuentran en la profundidad.
Jesús fue, humanamente hablando, una víctima más en la historia. En él, Dios conoce a todas las víctimas. Su final se precipitó debido a su fidelidad y es en ella donde reside el valor de su vida. Jesús vive estrenando la unidad absoluta entre Dios y el ser humano que después quiere ofrecer a todos en bandeja. Y mantenerse firme en esa voluntad es lo que le cuesta la vida. En todo el relato de la Pasión que Juan nos ofrece, Jesús se presenta con la seguridad de saber quién es y lo que va a hacer. Él es, ciertamente, una víctima que elige serlo. Para nosotros es, por ello, una víctima especial, porque es “nuestra”. Han existido y existen millones de víctimas que no gozan, a nuestros ojos, de ese estatus. Dar la vida en el día a día es lo propio de Jesús y de muchos otros. Acabar victimizado pese a su inocencia fue el exponente máximo de su donación. También muchos otros terminaron entregando su vida. Y existen también quienes no tienen elección alguna. Todos ellos son los inocentes. Los unos por seguir el ejemplo de Jesús, los otros por sucumbir frente a la maquinaria que mantiene el orden del imperio. Reverenciamos a Jesús por su actuar y es una reverencia merecida, pero él se puso voluntariamente a la altura de todas esas otras víctimas porque, tal como había enseñado, solo desde los últimos es posible transformar la realidad. Sólo sabiendo quién eres y qué vas a hacer es posible ponerse junto a ellos. Fijarse en Jesús no puede concluir en convertirlo en un “mito salvador”; en una exclusiva nuestra. Nos salva porque nos revela cómo vivir y cómo morir: en fidelidad a nuestra naturaleza íntima, que es capaz de amar divinamente y acoger a todas las víctimas solidarizándonos, haciéndonos uno, con ellas.
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Sí, en fidelidad a nuestra naturaleza íntima...
ResponderEliminar... siempre nueva y siempre por descubrir. Gracias, Carmen
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