07/04/2019
En la escuela.
Domingo V Cuaresma.
Is 43, 16-21
Sal 125, 1-6
Flp 3, 8-14
Jn 8, 1-11
En la escuela se suceden las evaluaciones conforme
van pasando los trimestres. Es un recurso pedagógico. También Dios nos va
distribuyendo aquello que quiere revelarnos y anuncia con claridad cada nueva
etapa: “realizo algo nuevo”. No sé qué huella podría dejar un escrito en el
suelo del templo. Efímera, en cualquier
caso. La piedra no registra lo que sobre ella se traza y si fuese tierra o
arena, se borraría al poco tiempo. El tiempo anterior ha concluido. Lo que fue
válido para aquellos antepasados nuestros no lo es ya para nosotros. El mundo
ha cambiado: el hombre progresa no sólo en la técnica, sino también en su
comprensión de sí mismo, del mundo que habita y de la trascendencia que
continuamente lo convoca. En esta nueva posición es capaz de reconocer,
comprender y abarcar lo que antes quedaba fuera de su alcance. A medida que su
mundo se amplía, profundiza en su capacidad de comprender la revelación. Jesús
es el hombre nuevo que clausura el tiempo del castigo e inaugura el de la
misericordia.
Todo va a ser ya nuevo, lo antiguo ha quedado
atrás, incapaz ya de sostener las expectativas del ser humano. En este proceso,
Pablo se descubre como el atleta en plena carrera. Corre para evitar que el
pasado lo atrape y quede allí recluido como muchos de sus hermanos fariseos,
incapaces de reconocer que la Ley está siendo superada ante sus propios ojos. A
partir de ahora, lo decisivo va a ser la justicia de Dios que se apoya en la fe
de Cristo, en la experiencia que Jesús tuvo de la divinidad y que compartió con
los suyos. Se percibe en sus noches de oración y en su práctica nueva y
sorprendente para todos. Frente a esa Ley que, ante el mismo pecado, condenaba
tan sólo a una parte de la humanidad dejando a la otra indemne, él propone el
principio de amnistía general: puesto que todos pecamos y nadie podría condenar
a nadie, dejemos que sea Dios mismo quien juzgue y guiémonos por la
misericordia. Con eso abrimos la puerta a eso nuevo que vamos descubriendo y que
identificamos no sólo como parte de la revelación divina, sino también como
“parte” del propio Dios que en ese
revelarse se nos da a sí mismo.
Así, con Dios mismo que, desde nuestra profundidad, nos muestra el camino, estamos
en condición de dejar atrás todo aquello que queda ya lejos de ese amor que
hace al pecador transformarse en revelación para el otro, lugar de encuentro
con Dios. Ser sanado, perdonado, es el testimonio de quien comienza un nuevo
camino y de la comunidad que lo acoge sin exigir una expiación que tampoco ella
podría ofrecer. Correr en pos del futuro exige estar dispuestos a dejar atrás
el pasado. Parece obvio, sin embargo, hay quien se aferra tanto a ese pasado
que lo convierte en un lastre y transforma la protección y el cobijo que fue en
una cárcel que le asfixia a la vez que le aísla del mundo transformándose en
anti-testimonio. Abrirse a lo nuevo es aceptar que lo actual puede, incluso,
desaparecer para dejar sitio a lo que no conocemos aún. Todo está todavía en
crecimiento y lo que vendrá es una incógnita pero la fe, la misma confianza que
Jesús tenía en el Padre, nos hace abrir las puertas al Espíritu para que
nuestra vida y nuestra práctica se transformen y vuelvan a ser testimonio real:
“El Señor ha estado grande con nosotros, sembramos llorando, pero hemos
recogido cantando”.
En la escuela |
No hay comentarios:
Publicar un comentario