14/04/2019
Vaciarse para llenarse.
Domingo de Ramos.
Lc 19, 28-40
Is 50, 4-17
Sal 21, 2a. 8-9. 17-18a.
19-20. 23-24
Flp 2, 6-11
Lc 22, 14 – 23, 56
Si algo tuvo claro Jesús fue su carácter de
enviado. Se sabía emisario del Dios que cada día descubría tanto en su interior
como acercándosele en todos con quienes se encontraba. El contacto con todos
ellos era para él el abrazo del Padre que nunca le dejaba solo. En su intimidad
se vivía como el enviado permanentemente acompañado. Por eso puede ponerse
confiadamente en sus manos. Y el Padre le reconoce y acompaña en el camino,
revelando a los sencillos que es él quien viene en su nombre. En su nombre ha
vivido Jesús cada día, haciendo suya la Palabra de Dios y actuando en
consecuencia, siendo el profeta que busca la alegría de los últimos, pregona la
misericordia del Padre y denuncia la manipulación de la Ley y de las
conciencias por parte de la religión oficial.
Su fidelidad a Dios es fidelidad a sí mismo. Es
imposible para él volverle la espalda. No ocurrió lo mismo, como sabemos, con todos
los que le aclamaron en su triunfal entrada, ni siquiera con la mayoría de sus
íntimos. A la hora de la verdad, cada hombre y mujer parece encontrarse solo
frente al mundo, pero no es así. Desde su profundidad le abraza el Padre que desde
siempre espera que su presencia sea claramente percibida. Jesús fue capaz de
renunciar a todo aquello que le impedía esa diáfana percepción. Nada fue lo
suficientemente fuerte para interponerse entre ambos pues el corazón del hombre
desposeído lo vive todo como manifestación del mismo Dios que vive en él. Es,
vive plenamente, con la sencillez del propio Dios que renunció a ser un ser altivo,
lejano y solitario para vivir plenamente su naturaleza hasta la última
consecuencia. Esa naturaleza es amor, una realidad dinámica que es siempre
verbo, nunca sustantivo. En la acción se le reconoce, en su amar se le percibe,
en su negarse a sí mismo se advierte su naturaleza y se comprende la novedad de
su mensaje. Cuando Dios se niega a sí mismo surge el ser humano en plenitud y
cuando éste renuncia a entronizarse sobre los demás se reencuentra con la
divinidad que habita en su fondo y que lo hermana a todos y a todo.
Recordamos así el principio fundamental: que todos
ocupen en tu corazón tanto espacio como a ti te gustaría ocupar en el suyo. Son
los hermanos la única realidad que puede llenar tu corazón sin obstaculizar la
revelación de Dios en él. Más bien la posibilitan porque hacia ellos dirige el
Padre el amor que tú vuelcas en él como respuesta a su amor primero. No tiene
otro objeto el vaciarse que dejar que el amor pueda llegar a todos sin
obstáculo y no se pierda reverberando en el vacío. Jesús amó a todos porque
todos estaban en su corazón y a todos alcanzó el amor entre él y el Padre: el espíritu.
Por amor Jesús hizo suyo el amor de Dios aceptando el encargo de extenderlo
entre todos los hombres invirtiendo incluso la tendencia natural de defenderse,
por amor Jesús renunció a su ser humano para abrazar la muerte y resurgir desde
ella como el hombre renovado que ha aniquilado al enemigo final y reorientado definitivamente
la vida hacia Dios. Sólo así pudo entregar finalmente el espíritu en las manos
de Dios, sustrayendo de la experiencia de la muerte a la eterna fuente de la
vida: el diálogo amoroso entre Dios y el hombre.
Vaciarse para poder llenarse |
A ti, compañera. Un abrazo.
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